La Galería de Arte de Los Tajibos vuelve a hacer algo que conoce bien: tender un puente entre la realidad y la posibilidad. Desde este jueves 3 de julio, a las 19:30, ese umbral se convertirá en altar para “La fuerza de lo noble”, una muestra bipersonal que pone en diálogo los universos de María Zanutti y Ronald Candia.

Hay, en la obra de María Zanutti, una primera grieta precisa: la que separa a la pintora de la escritora. Zanutti es el seudónimo de los acrílicos; Alejandra Barbery –su nombre civil y literario– queda para el reino de la palabra. La elección no es mero capricho: “marca dos dimensiones de la expresión creativa –confiesa–. Una ligada a la materia y el color, y otra al pensamiento y la poesía”.

En la sala, siete lienzos de gran formato perfilan ese territorio íntimo. Son piezas que nacen del silencio: capas de tierras finas, veladuras que parecen respiraciones detenidas, pigmentos que se disuelven hasta rozar la transparencia. Zanutti pinta como quien escribe un diario mudo. El resultado es un mapa: hay huellas de lo vegetal, brillos que evocan minerales pulverizados, sombras que recuerdan al fresco olor de una cueva. Todo parece estar hablándole al “misterio de lo sagrado”, ese en el que ella cree sin dogmas, solo por intuición.

El título de la exposición es, ya de entrada, una declaración de principios. La nobleza no como linaje sino como cualidad de espíritu, como una fuerza que sostiene, no que impone. En tiempos ruidosos, “La fuerza de lo noble” es casi un manifiesto de resistencia: arte que busca lo esencial, lo anterior a cualquier cálculo.

Ese gesto encuentra un eco inesperado en la trayectoria de Ronald Candia Condori, artista paceño formado en la Escuela Municipal de El Alto y la UMSA, cuya pincelada se reconoce en la respiración ceremoniosa de los toros de lidia del altiplano o en la melancolía festiva del Wila Pepino. “Sus óleos cargan el peso simbólico de la tierra, coloreada por la altitud y por cierta ternura áspera de la ciudad que lo vio crecer”, escribió Elias Blanco. 

Si Zanutti trabaja desde la introspección, Candia lo hace desde la memoria colectiva. Sus personajes –máscaras, animales, procesiones– llegan con la fuerza telúrica de quienes han caminado largas ferias rurales y han vuelto con el polvo todavía adherido al zapato. Entre ambos artistas se dibuja una geografía de correspondencias: materia y rito, sigilo y alboroto, origen y futuro.

Esta conversación artística estará en la sala hasta el 29 de julio.  Queda la invitación: entrar, quedarse quieto y escuchar cómo la pintura, cuando es honesta, late.

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