
Hay obras que nacen con la suavidad de un susurro, pero avanzan como un latido obstinado. Y hay creadoras, que entienden que la fantasía no sirve para escapar del mundo, sino para leerlo con otros ojos. Teresa Quiroga es una de ellas. Profesora, coreógrafa, pionera, formadora de generaciones que aprendieron a nombrar el movimiento desde su cuerpo. También, aunque a veces lo olvide, inventora de universos.
Ahora, a sus más de cuatro décadas de oficio, Quiroga revive una pieza que parecía dormida bajo una capa de polvo luminoso: Tienda de Juguetes. La estrenó en 1997. La desmontó, la guardó, la pensó. Y un día decidió que los niños de hoy, estos niños que crecen con pantallas que no parpadean, merecían la misma puerta mágica que ella abrió hace casi treinta años.
Los días miércolas 3 y jueves 4 de diciembre, a las 19:30, en la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche, un abuelo abrirá la puerta de una tienda detenida en un tiempo sin fecha. El gesto, sus dedos empujando la madera, el aire frío de la noche entrando, es apenas un pretexto: lo que importa ocurre cuando cruzamos el umbral. Allí, las muñecas de trapo respiran con la testarudez de lo vivo. Los soldaditos, cansados de ser utilería, se sacuden la torpeza y se animan. Los bufones se burlan de lo solemne. Las marionetas vuelven a mover los hilos del silencio. Y las bailarinas de cajita de música giran, frágiles, obstinadas: pequeñas máquinas de resistencia que recuerdan que la belleza, esa cosa tan simple, tan feroz.
La obra avanza como un desfile de mundos: Rossini, Tchaikovsky, Mozart, Bach, Piazzolla, Delibes. Música que viaja por siglos y geografías, se cruza con los sonidos del país, Gilberto Rojas, y se mezcla con ritmos contemporáneos cruceños como los de Ginger. Todo ensamblado con la precisión de quien entiende que la danza es arquitectura en movimiento. “Todos son tremendos y maravillosos músicos”, dice Quiroga. Y uno puede creerle: habla como quien ha pasado la vida obedeciendo a un metrónomo secreto.
Pero lo que ocurre sobre el escenario no es solo una coreografía: es un recordatorio. La imaginación sigue siendo un territorio posible. No un privilegio infantil, no un refugio inútil, sino una forma de estar en el mundo con una especie de valentía suave. Y en ese recordatorio se asoma otra historia: la de Quiroga misma.
En Santa Cruz, su nombre es algo más que una firma al pie de un programa. Desde los primeros días de la expresión corporal en el Instituto de Bellas Artes, Teresa Quiroga enseñó que el cuerpo no es un instrumento, sino una pregunta. Lo hizo con una mezcla improbable: una formación en matemáticas y física, rigor, estructura, claridad, y una sensibilidad artística que convirtió esa precisión en un lenguaje. Los que pasaron por sus clases hablan de ella con una devoción simple: “Nos hizo amar la danza”.
Pionera en un país donde la danza contemporánea fue, durante años, territorio por inventar, Quiroga formó bailarines, creó piezas, sostuvo salas de ensayo, abrió caminos donde había muros. Lo hizo sin estridencias, desde ese trabajo silencioso que nadie aplaude pero que sostiene todo lo demás.
Tienda de Juguetes es, en ese sentido, más que una obra. Es un pequeño manifiesto. Una celebración del juego, sí. Pero también de algo más: la persistencia. La de quienes creen en el movimiento como un acto de fe. La de quienes siguen enseñando a mirar lo extraordinario escondido en lo doméstico. La de quienes saben que un juguete, como un cuerpo, puede ser una historia esperando ser contada.






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